NÚMERO DE ASISTENTES: 69
Como todas las excursiones que prepara nuestro amigo «Gamarra», ésta también había levantado mucha expectación y así se manifestó desde el primer momento que se abrió la inscripción; tan es así, que prácticamente el primer día ya se había llenado el autobús de 56 plazas, por lo que se optó por ampliar hasta el de 68 y aún así hubo compañeros que vinieron con su coche por que los autobuses de los hermanos Díaz tienen una pega, que nos son de goma y así no hay manera de meter más amigos que los que marca en el número de asientos.
Aunque la niebla nos acompañó hasta el cruce de Gallur, enseguida se nos levantó el ánimo al contemplar la silueta de nuestro querido Moncayo bañada por los primeros rayos de sol al que llevábamos sin ver en Zaragoza desde hacía una semana. ¡Pero si se veía hasta la cima del Moncayo limpia de nubes!
Así pues, entre el sol, la música y los chistes (incluido el «voluntario» debut de nuestra Rosa de España –
El trazado de la ruta nos permitió atravesar la bonita localidad soriana de Ágreda que sorprendió a los que no la conocían por su buen número de atractivos monumentos artísticos. Una vez atravesado el arco de Felipe II, recorrimos acompañados por el río Queiles el Paseo de los Molinos, una ruta encantadora y muy bien cuidada. Poco a poco fuimos dejando atrás Ágreda y avanzamos a buen ritmo hacia nuestro objetivo principal: el cañón del río Val, sin dejar de volver la vista atrás para contemplar el conjunto urbano de Ágreda que se dibujaba allá en lo alto.
Después de un buen trecho, entramos en el cañón por una bonita escalinata que penetra en el barranco que ciertamente estaba precioso con el otoño en pleno auge instalado a ambos lados del sendero. Acompañados por el río Val que ya no nos abandonaría hasta su desembocadura en el pantano que lleva su nombre, fuimos recorriendo el barranco haciendo una parada obligada en las cascadas del Pozo de las Truchas donde hubo overbooking para hacerse fotos porque el paraje bien se lo merece. Después vino el momento emocionante de la mañana cuando hubo que atravesar el río Val por unos delgados y resbaladizos troncos. Mientras los más arriesgados hacían equilibrios para no caerse, otros y otras, decidieron descalzarse y atravesar el vado mojándose los pies. No faltaron a la cita los expectantes fotógrafos esperando algún resbalón para filmarlo, pero se quedaron con las ganas porque nadie «pescó» en la aguas del río Val.
Superada esta prueba, el resto del camino fue coser y cantar hasta alcanzar el pantano del Val donde rinde sus aguas el río que había sido nuestro fiel acompañante durante toda la mañana. El paisaje cambió totalmente y los chopos cabeceros y nogales dieron paso a los pinos que rodean el embalse que unidos a las rojizas formaciones rocosas hacen del entorno un lugar de impresionante belleza para todos excepto para el bueno de Víctor al que un fuerte tirón en la espalda no le permitió disfrutar del mismo. Gracias a los masajes de nuestra Rosa que lo mismo que cuenta chistes te deja nuevo con sus manos y a la labor de buenos samaritanos del matrimonio Garde que fueron a recogerlo con su coche. Todo quedó en una anécdota más de la excursión, volviendo la tranquilidad al grupo cuando vimos que el incidente no le había quitado a Víctor la gana de comer…ni la de fumar.
Mientras tanto, los participantes en la excursión corta pudieron caminar cada uno lo que estimó oportuno y luego recorrer las calles de Los Fayos, una pintoresca localidad rodeada de majestuosos mallos, junto a los que se alinea el dique de contención del pantano del Val que pende sobre sus casas como una amenazante espada de Damocles.
La comida en el Hostal Doña Juana de Ágreda fue de lo más placentera y para rematar el día, un recorrido por las calles de Ágreda para confirmar los encantos de esta localidad a la que procuraremos volver sin tardar mucho porque los alrededores prometen recorridos de los que nos gustan a las gentes de L’Andada.