Con enorme ilusión habíamos preparado esta excursión por el Valle de la Garcipollera, que nuestro buen amigo Abós nos había sugerido con la sana intención de darnos a conocer otro trocito de su comarca. Pocos maños hay que defiendan con tanto entusiasmo su patria chica como este montañés de pura raza y como además siempre nos enseña lugares con encanto, no dudamos ni por un instante en aceptar el recorrido propuesto.
Con un ánimo tan bueno como malas eran las predicciones de los meteorólogos, nos pusimos en marcha hacia el pueblo de Larrés donde después de desayunar con buena gana, nos dirigimos a las inmediaciones del pequeño pueblo de Isín donde en un abrir y cerrar de ojos saltamos del autobús para inmediatamente ponernos en marcha camino de la ermita de San Antonio.
El cielo bien encapotado, amenazaba con ponernos “como sopas” pero ¡buenos somos los de L’Andada como para asustarnos por tan poca cosa! Sin siquiera pestañear, nos fuimos adentrando por la pista que conduce a la ermita y aunque la pendiente hizo sudar un poco al personal, se iba compensando con el descubrimiento de este bonito paraje donde los robles centenarios parecían saludarnos al pasar frente a ellos. Con los pies en el suelo y la vista en el cielo (por si caía algo mojado) llegaron hasta la ermita los primeros espadas prácticamente sin desplegar el paraguas. Allí se pudo atisbar algo de lo hermoso del paisaje que las espesas nubes se encargaban de ocultar dándole un aspecto misterioso a esas enormes montañas donde Collarada es la dueña y señora.
Poco a poco fueron llegando todos los componentes del grupo hasta la ermita de San Antonio y bien porque la devoción al santo no fue lo suficientemente sentida ó por que este ante la amenaza de lluvia se había ido con la música a otra parte, el caso es que cuando comenzamos el descenso, la lluvia se empezó a hacer notar y los paraguas que tan bien estaban dentro de las mochilas, tuvieron que comenzar a trabajar aunque fuera con mala gana.
Esto hizo desistir a alguno de los 46 senderistas de hacer la excursión larga, pero aún así y todo, más de la mitad del grupo se animó a realizarla, mientras el resto decidía volver sobre sus pasos camino del autobús, dejando para ocasión más propicia el tema pendiente. Una pena, porque el recorrido hasta llegar a Villanovilla a pesar de que el tiempo no acompañaba, es de una belleza impresionante con esos enormes bosques de altísimos pinos, entremezclados de boj.
Una parada para contemplar lo que queda del viejo pueblo de Larrosa donde la iglesia románica aún conserva parte de su belleza con el precioso ábside, su pila bautismal y algunos enterramientos de los que dan fe las lápidas mortuorias. Mientras algunas casas han hecho un pacto de hermandad con la naturaleza y permanecen abrazadas a los árboles que parecen querer proteger lo que queda del pueblo a la espera de que algún día regresen sus gentes a darle vida. Siempre que pasamos por un pueblo caído, se encoge el ánimo y nos invade la tristeza pensando en lo duro que es siempre para los hombres abandonar su pequeña patria chica.
Poco a poco fuimos recorriendo este valle de la Garcipollera y como no hay sábado sin sol, ni doncella sin amor, hasta el sol quiso hacernos un guiño poco antes de llegar al punto final del recorrido: Villanovilla. ¡Que diferencia con Larrosa! Aquí todo el pueblo está reconstruido y hace soñar con que algún día otros pueblos sigan su ejemplo y vuelvan a renacer.
Después una buena comida en el Restaurante “Castiello de Jaca” y un rato de animada conversación puso fin a este día de senderismo. Al regresar a Zaragoza, la lluvia que caía a pozales, nos hizo reflexionar sobre la suerte del grupo L’Andada con el tiempo, porque desde luego si por la mañana hubiera estado en esas condiciones probablemente no hubiéramos podido ni salir del autobús.