Nadie de la avanzadilla que 20 días antes habíamos ido a preparar esta excursión, nos podíamos imaginar el cambio tan impresionante que la meteorología iba a obrar en estos parajes tan queridos de nuestro Moncayo. Aquel día, apenas unos cuantos chopos habían comenzado a mudar el color verde de sus hojas por el amarillo pálido que anuncia el comienzo del otoño, por no hablar de lo resecos y polvorientos que estaban los caminos sedientos de esa agua que tanto se hace de rogar últimamente. ¿Será la respuesta de la Naturaleza a la cantidad de atropellos a que la sometemos? Bien pudiera ser, sobre todo teniendo en cuenta la fama de sabia que tiene.
El caso es que la víspera de la excursión, los meteorólogos se pusieron de acuerdo para anunciar tiempo lluvioso y esta vez no se equivocaron. Parece como si la lluvia y la nieve no se hubieran querido perder la hermosura del paisaje del que pudimos disfrutar durante toda la jornada y por una vez y esperemos que no sirva de precedente, tuvimos “el privilegio” de ser escoltados por ambos elementos.
Así las cosas, sólo un puñado de valientes (11 para ser exactos) emprendieron la excursión desde su comienzo en San Martín de la Virgen del Moncayo, desplegando los paraguas que ya no se cerrarían en toda la jornada. Pero el ánimo estaba alto y haciendo caso del dicho: A mal tiempo buena cara, fuimos ascendiendo entre resoplidos y risas hasta la Fuente del Sacristán donde el resto del grupo bastante numeroso, estaba esperando después de haber realizado una visita al Centro de Interpretación del Moncayo que por cierto gustó mucho.
Ya todos juntos, comenzamos a internarnos en el precioso hayedo de Peñarroya que nos conduciría al Barranco de Castilla. Pero enseguida comenzaron las orillas de la pista a cambiar su color marrón rojizo por la primeras manchas blancas de la nieve que conforme fuimos ascendiendo se fue incrementado hasta alcanzar una altura cercana a los 25 cm. La temperatura que ya era baja al comienzo de la mañana, siguió tirando para abajo del termómetro, pero el paisaje cada vez era más hermoso con esa variedad de colores que sólo el otoño es capaz de conseguir. El contraste con el blanco inmaculado de la nieve era el marco perfecto para que los aficionados a la fotografía “se hincharan” a hacer fotos, eso sí, luchando para desentumecer los dedos que el frío dejaba casi insensibles.
Conforme fuimos avanzando por el barranco, la nieve iba en aumento y cuando desembocamos en la amplia pista que rodea la Dehesa del Moncayo, la máquina quitanieves se afanaba en dejar transitable dicha pista. El cansancio comenzaba a acumularse más debido a la dificultad de caminar por encima de la nieve que por la dureza del recorrido, pero los sentimientos eran contrapuestos ya que por un lado se tenían ganas de llegar al autobús, pero por otro daba pena dejar de ver un paisaje tan precioso.
Con arreglo al horario previsto, llegamos a la Fuente de los Frailes, donde el bueno de Jaime nos tenía el autobús calentico para aliviarnos del frío pasado durante toda la mañana. Cuando llegamos al Hotel Gomar, con el hambre en su punto, Mari Carmen se encargó de arreglarnos el cuerpo del todo con una comida abundante y sabrosa como siempre, aunque como comentó alguno, si a esas horas nos echan un puñado de alfalfa en el plato, no dejamos ni una brizna.
El regreso fue amenizado por la orquesta “Roncadores Solidarios” que interpretaron todo su repertorio hasta llegar a las puertas de Zaragoza.

